Alguna vez,
ese buscador de talentos llamado Gabriel Rodríguez, se acercó al padre
de la criatura y le sopló al oído un diagnóstico con tono de sentencia:
“Su pibe es un fenómeno, juraría que tiene la 10 de River tatuada en
la espalda”.
Más de doce años
después, la realidad le abre la puerta a Andrés D’Alessandro para que
ese tatuaje virtual pueda al fin abandonar su piel y ser camiseta tangible,
credencial de capo, sello de crack con garantía de fábrica. El Cabezón
dirá que todavía nadie le avisó nada, porque las dos fechas que debe
sufrir desde afuera por ser demasiado fiel a su esencia de chiquilín
contestador, le impidió, por ahora, entrar en el reparto. Y, además,
porque no quiere que lo comparen con Ortega, el último dueño. No se
siente con derecho a tal halago.
Andrés ya usó la
Diez de River alguna vez, pero fue un hecho circunstancial, de ocasión.
Ahora, el Cabezón es “el“ bueno en un equipo de muchos buenos y por
eso se ganó con creces el derecho a ejercer el liderazgo futbolístico
de River.
Vuelve otra vez a llevar la batuta un diez zurdo, especie en vías de
extinción no sólo con la Banda en el pecho desde los tiempos de Alonso,
sino también en la Selección desde que un tal Diego Maradona abdicó
al trono. El diez zurdo es especial, se lo identifica con un golpe de
vista, camina distinto, derrocha talento, emociona con sólo pisarla.
D’Alessandro viene a encarnar a ese Diez. Es el Mago, el Ilusionista,
el encargado de despertar las esperanzas de un pueblo futbolero que
pide a gritos salir de la pesadilla mundialista.
–¿Qué número usabas en inferiores?
–Ehhhh…. el 14, el 15, a veces el 16. Esos los tenía alquilados (risas),
si yo no jugaba nunca.
–¿La “10” la elegiste vos o te la dio Pellegrini?
–No me dijeron nada todavía y, como estas dos fechas estoy suspendido,
no pregunté. La diez tiene un sabor especial: en River la usó cada nene…
Y más por el que me la deja. Si es que la uso, ¿no?
SI, LA VA A USAR, LO SABE BIEN. Hoy, Andrés vive un tiempo de
rosas, muy distinto al de dos años atrás, cuando sufría postergaciones
inexplicables que lo tuvieron al borde del abismo. Nunca se sabe para
dónde va a rumbear la carrera de un futbolista, pero hay miles de casos
de jugadores que son talento puro y terminan en la nada porque faltó
el golpe de suerte en el momento justo. Toda futbolista tiene en su
carrera un instante crucial. Y D’Alessandro lo tuvo hace algo más de
un año, cuando la lesión de Livio Prieto le dio la chance de entrar
sobre la hora al plantel de la Selección Juvenil Sub 20 que disputaría
el Mundial en nuestro país. Allí explotó su zurda y se enderezó un recorrido
plagado de hipotéticas y frustradas ventas al exterior que muy pocos
hinchas de River conseguían comprender.
–Para mí fue muy especial ese Mundial. Hace algunas semanas se cumplió
el primer aniversario del título y lo hablamos bastante con mi familia.
Me junté a comer con algunos de los chicos y recordamos lo que vivimos.
Para mí fue algo impresionante ese Mundial, el empujón que por ahí necesitaba
para afirmarme en Primera. En la carrera de todo jugador siempre hay
un hecho importante, que te marca, y la Selección a mí me ayudó mucho.
Hasta ese momento en River yo no tenía muchas posibilidades de jugar
y ese Mundial me abrió bastante las puertas.
–¿Alguna vez pensaste donde estarías hoy si Livio Prieto no se lesionaba?
–(Interrumpe) No estaría acá, como estoy hoy, sin dudas. Creo que no
hubiese tenido las mismas posibilidades que finalmente tuve, el técnico
anterior quizás no me daba las chances que me dio, tampoco el actual.
No sé, por ahí estaría luchando un puesto en Reserva, o alternando en
Primera, pero no me habría pasado lo que finalmente me pasó en el año
que siguió al Mundial. Eso seguro.
–¿Y a Prieto qué le regalaste?
–Nos cargamos un poco cada vez que nos cruzamos: yo le digo “gracias”
y él se ríe, es un buen pibe. A mí me hubiese gustado que entráramos
los dos y que ninguno se quedara afuera, no puedo festejar que un compañero
se lesione. La verdad, la verdad, es que me sentía completamente alejado
del Mundial, alejado de todo. Internamente estaba, ehhhh… no desilusionado,
pero sí con los hombros caídos, medio bajoneado, se venía el Mundial
encima y no veía ninguna posibilidad. Por suerte, después se dio todo
como se dio.
–¿Y el Mundial de los grandes cómo lo viste?
–Vi poco, porque estábamos en Estados Unidos haciendo la pretemporada.
Los de Argentina sí los vi, y esto te lo digo como un hincha más, no
como jugador: me dio mucha bronca que quedáramos afuera del Mundial,
sobre todo por cómo se habían hecho las cosas en las eliminatorias.
Todos pensamos que se podía llegar muy lejos. Creo que la gente estaba
esperando el Mundial para olvidarse por unos días de todo este quilombo
del país; pero no se pudo y fue peor, porque encima del quilombo del
país quedó la frustración del Mundial.
Por suerte empezó el campeonato y la gente fue bastante a las canchas.
Esperemos que siga acompañando, que vea buenos espectáculos.
–Vos fuiste sparring en los primeros tiempos de Bielsa, lo viste
desde adentro…
–Y si me llamaban de sparring otra vez, iba igual, no tengas dudas.
Me hubiera gustado ir a Japón aunque fuera para ayudar a entrenar a
los grandes. Esos son viajes que no se olvidan. Yo tuve la suerte de
ir a España con ellos, cuando se jugaron amistosos con España y el Espanyol,
y fue espectacular. Se aprende mucho.
–¿Te llegaste a ilusionar con ir al Mundial?
–No, para nada. No lo digo de casete: siempre me vi afuera de la mayor,
era consciente de que había mejores jugadores que yo, con más experiencia.
Y eso internacionalmente pesa mucho. Yo siento que todavía soy un juvenil.
Espero seguir creciendo y algún día tener la chance de estar.
–Andrés, ¿cuál sentís que es tu mejor posición: enganche, media punta,
por izquierda?
–Enganche, libre, llevando la pelota y llegando.
–Muchos dicen que si gambetearas más arriba, podrías hacer estragos.
–Es que jugando como enganche, sin bajar mucho, se puede ser útil también.
Eso es lo más importante que tiene este puesto: no bajar tanto y tratar
de aprovechar los últimos 30 metros.
–¿Sentís que los rivales ya le encontraron la vuelta a “la Boba”?
–Y… ya me esperan un poco más, no se comen el amague cuando muestro
la pelota. Pero no voy a dejar de hacerla, eh.
–Vas a tener que pensar alguna variante...
–No te la voy a contar a vos, pero ya estamos viendo alguna variante.
El Chacho Coudet, que vendría a ser el padre de la criatura, me está
tirando un par de ideas a ver qué podemos hacer…
–¿Quién te enseñó “la Boba”?
–La hacía desde chiquito, en el baby, en Estrella de Maldonado, en Jorge
Newbery. Es una jugada de baby, que la usaba mucho cuando estaba medio
apretado sobre la raya, y con el tiempo se me hizo costumbre. Después,
el Chacho me vio apenas subí a Primera y empecé a jugar seguido. ¿Viste
cómo es el Chacho, no? Agarró y le puso la Boba.
–¿Te putean mucho los rivales cuando la tirás?
–Al principio sí, porque tenés uno o dos partidos en Primera y dicen
“este pendejo de mierda” pero muy pocos con mala leche, te hablan para
apichonarte, para que no encares más. Y ahora, cuando no la conocen,
como me pasó contra el Morelia, también te dicen algunas cositas.
–¿Aceptás que es gozadora, que es guachita?
–Por ahí los rivales se creen que los sobro o que se las muestro para
gozar, pero yo la tomo como un recurso para desacomodar al rival, para
tocársela a un compañero o para salir de algún apriete.
–Pero aceptás que es gozadora…
–Tendría que estar del otro lado para ver, no sé, que me la hagan a
mí (risas). Lo que pasa es que yo no pego patadas.
–Hablando de patadas, ¿nunca te da un poquito de miedo que te lastimen?
–No, miedo no, miedo nunca. Soy consciente de que en mi puesto estás
expuesto a las patadas, pero el jugador de fútbol tiene que callarse
y seguir jugando. Yo protesto un poco y es una de las autocríticas que
me hago. Tampoco me gusta gastar al rival después de un caño o cosas
así porque si no después viene otra peor. Bah, salvo que nos conozcamos
de antes: ahí vale cargar un poquito, como me pasa con Ponzio, Maxi
Rodríguez o Lucho González, que nos conocemos del juvenil.
–¿Ya hablaste mano a mano con Pellegrini?
–Sí, lo único que hablamos y, que tiene razón, es el tema de las amarillas.
Soy consciente de que no tengo que protestar más. El me dijo que yo
no soy un jugador para tener 10 amarillas, no soy un jugador que pegue
para estar dos fechas sin jugar.
–¿Te dijo que a partir de ahora ibas a ser el dueño de las jugadas
con pelota parada?
–No, no. Acá, el que se tiene fe y el que le quiere pegar, le pega.
El Chori le pega bien a la pelota, Cavenaghi y el Chacho también.
–Antes, Ortega era el dueño de la pelota y más de una vez vos te
fuiste refunfuñando porque no te dejaba patear.
–¿Pero quién le iba a sacar la pelota a Ariel? ¡En ese momento teníamos
10 partidos en Primera y le íbamos a sacar la pelota a Ortega!
–Pero un poquito te fastidiabas. ¿O no?
–Uno siempre tiene ganas de patear.
–¿Qué fue lo que mejor te impresionó del nuevo técnico?
–Que todos sabemos que tenemos las mismas posibilidades. Que dice las
cosas de frente y que habla con todos, que habla bien con todos.
–¿Eso no pasaba antes?
–No sé. Este habla con todos.
STOP. Andrés es así, no quiere polémicas. En algún tiempo no
muy lejano contestaba sin medir consecuencias y eso le trajo más de
un dolor de cabeza, o de piernas, para ser más precisos. Lo reconocerá
sin complejos en la charla íntima con El Gráfico, como también confiará
que en la primera pretemporada en River con los grandes la pasó bastante
mal.
Mientras Andrés se cambia para la producción fotográfica, Marcelo –su
hermano menor y gran compinche– guarda las dos cartas que en la última
semana llegaron a la redacción de El Gráfico para ser entregadas al
ídolo. La mayoría son escritas por chicas que después lo aturdirán con
gritos histéricos a la salida de los entrenamientos y que le prometerán
ser esposas fieles. Al Cabezón mucho no le gusta hablar del tema, esquiva.
–Ya llevás más de un año de gran popularidad. ¿Cómo manejás el tema
de la gente?, ¿el acoso?
–Bien, muy tranquilo. Me llegan muchísimas cartas, no sé cuántas,
y yo las leo, claro. También me mandan cantidades importantes de ositos
de peluche, ésos los guardo todos. Para mí es un orgullo que la gente
me quiera. No tanto por lo que doy como jugador si no porque siempre
traté de tener un feeling especial con la gente. Yo no tengo ningún
problema en atender a todos, siempre paro, eso a la gente le gusta.
No es un tema que me sature ni mucho menos. Pero bueno, tampoco todos
los días te levantás de buen humor, hay días que te levantás mal y seguís
de largo, qué vas a hacer.
–¿Qué aprendiste en este año de Primera?
–Un montón de cosas. Los partidos te ayudan a madurar, a crecer, a ir
aprendiendo cuándo tocarla de primera, cuándo llevarla un poco más.
Y también aprendí cosas de la convivencia, del grupo. Yo me mandé un
montón de cagadas cuando recién arrancaba en Primera, cuando era nuevito.
La primera pretemporada la pasé mal, bastante mal. Pasa que cuando sos
pibe ya subir a Primera te sorprende y querés hacer todo; querés demostrar
que podés estar, y en ese momento había jugadores que tenían mucha experiencia
y por ahí no se bancaban que un pibe los pasara o les tocara la pelota
y les hiciera un pique corto… y después se venía la patada en la práctica.
–¿Quién te revoleó más fuerte?
–No voy a dar nombres (risas), pero hubo patadas que me las acuerdo
bien, las tengo registradas.
–¿Y vos les contestabas cuando te pegaban?
–Sí, por ahí me decían algo y yo, por mi carácter, contestaba. Pero
bueno, son cosas que fui aprendiendo y hoy por ahí no las hago.
–Sos medio contestador, ¿no?
–Es mi carácter. A veces uno tiene que saber cuándo callarse la boca.
Lo aprendí.
–Sin casete: ¿hasta cuándo te ves en River?
–Hasta fin de año. Ojalá me pudiera quedar acá toda la vida, pero uno
tiene que seguir creciendo en su profesión.
–Si te dieran para elegir el club de tus sueños para un futuro, ¿cuál
elegís?
–No sé, no puedo cerrar ninguna puerta.
A DISFRUTARLO, entonces, mientras se pueda. Y aunque se vaya
y se calce la muy aristocrática negra y blanca de la Juventus o la pintoresca
blaugrana del Barcelona, en el fondo de su ser, tatuada en la espalda,
siempre tendrá pintada la 10 de River Plate. El sello de fábrica.
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